Tercera: El “Tano”, un punto negro en el espejo.

Todavía llovía antes de largar la carrera. El cielo  amenazaba lluvia de un lado y por el otro  clareaba. Tiempo inestable con probabilidad de chaparrones y mejoramientos temporarios. ¿Qué carajo hago? Elegir es renunciar, hasta en una carrera de autos. Mi decisión: Auto con gomas lisas, pero con puesta a punto de mojado, un compromiso ideal para esa condición de pista. Las primeras vueltas me dediqué a felicitarme por la elección, el auto patinaba en el asfalto mojado, pero de una manera controlable. Poco a poco me alejaba de todos, cómodo en la punta de la carrera. En la vuelta cinco cometí el error de verme ganador. Eso estaba fácil, un paseo veloz y a cobrar por caja. En la vuelta seis dejó de llover y no le di la importancia suficiente. En la vuelta ocho ya se había formado una huella de asfalto seco y el auto se sentía un flan, demasiado fácil de manejar. Alarma: si el auto va fácil va despacio. Primero fue un punto negro en el espejo, una vuelta después el punto era un Lotus negro disfrazado de bestia que venía a devorarme. Enseguida vi el casco inconfundible de mi amigo el Tano. Ese detalle no me daba lo mismo. El Tano había sido una postal de la época. Fachero, entrador, simpático, una usina de anécdotas. De risa fuerte y contagiosa, había vivido los noventa a fondo, mucha noche top, tequila, y camisas de cuellos anchos. Incapaz de decirle no a un programa, solía dejarte de garpe, pero a la vez era un amigo fiel. Emprendedor al estilo de sus tiempos, había hecho de todo, desde importar autos de Miami a fabricar shampoo. De chico le surgió la pasión por los fierros de manera inesperada. Su padre arquitecto no se la inculcó, y más tarde no la pudo detener. Pilotazo, rápido y arriesgado, el Tano estaba acostumbrado a cruzar limites, a veces por demás. La vuelta de página de la década había iniciado un cambio en él que sería decisivo, conectándose con lo importante y con su verdadero ser. Mi amigo estaba dejando atrás un tiempo divertidísimo pero a la vez vano. Este punto de inflexión en su vida lo había convertido en un rival temible, lo mejor de los dos mundos, el alocado y arriesgado conociendo al aplomado y pensante. Ese día él era un gran problema para mí.  El Tano se dio cuenta enseguida que su auto doblaba más rápido que el mío, así que intentó pasarme en todas las curvas donde tuvo oportunidad. Yo me mantenía en la punta solo porque mi auto aceleraba más. Juro que varias veces nos miramos a los ojos a través de mi espejo. Era como ver a la parca  que venía a cortarme la cabeza si yo cometía un error. No fue un alivio ver el cartel de última vuelta, perder una carrera en  el final me convertía en un gil, y a mi rival en un ídolo absoluto. Mucho que perder y nada que ganar, o todo lo contrario. Solo rezar que el  Tano no tuviera guardada una última jugada maestra.

Faltaban dos curvas, pero solo me preocupaba la próxima, si la transitaba bien la carrera era mía. Al empezar a doblar algo me llamó la atención, una mancha blanca en el espejo que no tenía que estar ahí, fue un instante. Doblé el volante para el otro lado para esquivar no sabía todavía que, por instinto. Envuelto en humo de gomas bloqueadas me pasó el Tano con su Lotus en trompo descontrolado. Había jugado su última carta a plata o mierda. Esa vez fue plata para mí.  Nos miramos a los ojos por última vez mientras lo dejaba atrás.