Recuerdos de la Madre Superiora.
Mi Ford F100 nació como una herramienta de trabajo. Modelo 91 versión base, blanca, la más insulsa de las camionetas. Cuando cumplí quince años tuve la suerte de que cayera en mis manos. Tiempos muy distintos a los de hoy, cuando prestarle la camioneta a un adolescente con permiso para usarla hasta el pueblo era normal.
Parece una irresponsabilidad y tal vez lo fuera. Hoy me cuesta explicar que a nadie le llamaba la atención, ni siquiera a la policía. Esa Ford era indestructible. También era peligrosa, no se destacaba por doblar o frenar y no iba demasiado derecho en la ruta. Por suerte no era muy rápida. Eso sí, gastaba mucho. La ilusión que me generaba manejarla hacía que cualquier excusa fuera válida para arrancarla, eso me convirtió en el che pibe perfecto. La usé para todo, aprendí a maniobrar entre los arboles del monte y me hacia el canchero cuando pasaba los cambios sin usar el embrague. Esa Ford fue mi iniciación en el mundo de los fierros.
Lo mejor de la camioneta era usarla de noche. Papá había dicho “hasta el pueblo” y no se le ocurrió agregar “de día” así que nunca me tomé la molestia de consultarle. Cuando se dio cuenta de mis rallyes nocturnos ya era un hecho consumado, hacía meses que salía y no le había dado razones para sacarme tarjeta roja. Esas fueron las primeras salidas en serio para mí y mi grupo de amigos que cada fin de semana largo peregrinaban al campo. En invierno nos apretujábamos en la F100, Berni, Fede y yo -el elenco estable-, al que se sumaban los hermanos Dellepiane, Mariano y Ale V. Apenas la arrancábamos nos invadía a todos la adrenalina de la primera vez. Estábamos autorizados a salir, pero esas salidas eran cruzar la línea de lo establecido. Por el camino de tierra sonaba siempre el mismo casette, un TDK de noventa con “La dicha en Movimiento” de Los Twist. Esa fue la banda de sonido de nuestras aventuras. La vieja ruta dos, antes de ser autopista, era un túnel oscuro pero certero. Cantábamos todo el viaje mientras aumentaba nuestra expectativa. Éramos potencialidad, no solo la noche estaba por delante.
Nos sentíamos indestructibles como la Ford, nada malo nos podía pasar. Nos cuidábamos entre nosotros porque éramos una hermandad, ella y nosotros. Con las primeras luces, mientras levantábamos nuestros propios escombros, caminábamos hacia la Ford con la tranquilidad de que ella nos llevaría sanos y salvos a casa. Las primeras chicas las subí a la Ford. La pregunta era ¿Vamos a dar una vuelta? Que difícil era juntar el coraje para pronunciar esas cinco palabras. La salida rápida del boliche, miradas al piso y dos que juegan a ser invisibles en ese lugar donde todo se sabía.
Subirme a la Ford y encarar el camino de tierra, los nervios, la charla incómoda, frenar y apagar las luces, lejos del pueblo, pero no tanto como para generar desconfianza. Nueva charla incómoda y falta de timing para el primer avance, todo salpicado de esa excitación que no volvería a sentir hasta muchos años después, cuando empecé a correr en auto. Un día la F100 se fue. No hubo despedida, solo apareció otra, una modelo 95 que resultó ser una verdadera porquería. La Madre Superiora, así la habían bautizado mis amigos, siguió su vida de trabajo en otros campos, lejos, en Coronel Dorrego.
En el año 99 empecé a correr en auto y necesitaba una camioneta para remolcar el tráiler. Lo más barato y fácil era traer una del campo y acomodarla un poco. Así volvió la Ford a mi vida, cansada y gastada. Le dimos amor y empezó orgullosa su nueva vida de aventuras urbanas y pistas de carreras. Mis primeros triunfos y derrotas automovilísticas fueron con ella, llevando el auto y trayendo copas o fierros rotos. Mis amigos estaban más contentos que yo de volver a verla y otra vez la usamos para todo. Estábamos más grandes así que las salidas nocturnas con ella eran más esporádicas. Se requería su presencia en ocasiones especiales, recitales o maratones de bares. Si la necesitábamos la Madre Superiora decía presente. En mis últimos veranos de soltero me acompañó a la costa, siempre atiborrada de gente, pero sin batir el record de veintitrés a bordo que marqué en el año 94.
La volví a traicionar: la vendimos sin pensarlo demasiado. Se fue a trabajar a un campo de unos amigos, en la zona de Chivilcoy. El remordimiento me persiguió los años siguientes. Mis amigos no me lo recriminaron, pero La Madre Superiora aparecía en miles de anécdotas y recién entonces nos dimos cuenta de que había sido parte de nuestra vida. Todos tenían alguna historia con ella. Ale V nos confesó que había aprendido a manejar en la Ford, con Mariano de instructor. Jorge el hijo del domador, todavía recuerda nuestras primeras borracheras, con la Ford como testigo. ¿Te acordás esa noche con la Ford? ¡Yo me quedé dormido en la caja de la Ford! Esa vez que me prestaste la Ford para mudarme, la lista es infinita.
¿Qué hace que un objeto cobre vida? ¿Qué la hizo diferente a las demás? Tal vez sean los pedazos de vida que cada uno dejó en ella. Capas y capas de alegrías, tristezas y aventuras, que de alguna forma misteriosa se pegan en los fierros. Nuestro joven eterno, aferrándose a algo para no morir.
¿No venden la Ford? Fue una pregunta que lancé dos veces por año durante ocho años. Era cuestión de esperar. La pagué lo que no valía, algunos saben aprovechar una oportunidad, aunque para mí no tenía precio. Los primeros días desentonaba, estacionada en la puerta de casa, un poco desvencijada. Algo empezó a cambiar con el correr del tiempo, la Ford se hizo parte del barrio y los vecinos preguntan por ella. ¿Cómo anda la vieja? ¿La vendés? Y si falta unos días porque fue al mecánico: ¿Adonde se fue la Ford? Creer o reventar.
La noche del reencuentro con la guardia vieja fue especial. Vinieron todos, los mismos amigos pero distintos. Nos había pasado la vida, que intentó separarnos pero no pudo. Veintiséis años después volvimos a tener quince años. Sentimos otra vez las mismas cosas, pusimos la misma música y partimos por un camino en busca de aventuras. Por un rato todo volvió a ser posible, el mundo volvió a ser nuestro, la Ford nos llevaría al fin del mundo y de vuelta a casa.
Hoy cada vez que salgo de casa ella está ahí, esperando que la arranque para irnos juntos, si es con los chicos mejor. Siempre me roba una sonrisa y me llena el corazón saber que la tengo conmigo, esta vez hasta el final.
F100
Hermana de los amigos
F100
Nada me ata y estoy vivo
No te mueras nunca
F100
7 comentarios
sergio Areces · agosto 27, 2020 a las 2:44 am
En primer lugar felicito a ambos hermanos Iacona por todo lo que saben de autos y del modo que lo comparten, y con ese mismo espiritu les comparto este Homenaje a mi vieja y querida F100
Poema para MI CHATA
por sergio areces
Haciendo fiaca en la pieza, en vos me puse a pensar
y así empecé a comparar, y a buscar la diferencia,
más allá de la apariencia, que para mi es colosal
te pude diferenciar en tus líneas, en tu porte,
en tu color, tus recortes, en tu andar, en tu silueta,
que para nada es obsoleta, ya cumplió 40 años
y tenerte así sin daños, siempre dispuesta a salir,
dejándome decidir, a mi!!! El itinerario…
Conservando el mismo aliento, la misma fuerza y empuje
Dejándome que dibuje, un camino con tus huellas,
Estoy hablando de ella, ya deben saber de quien
¡de mi querida F-100!, esa que nunca descansa
la que se tira de panza, en el barro o en la arena
o me conduce serena, por la ruta a todas partes
sos una obra de arte, que Ford puso sobre ruedas
sos la chata más campera, sos la que más trabajó
sos el empeño, el tezón, sos la potencia, el coraje
sos obrera en el obraje, sos paisano en tierra arada
y sos ford, que es lo importante, lo demás casi no es nada
A ver si algun chevroletero es capaz de levantar el liston
y siguiendo este renglon
continuar con la payada
que sera mejor que nada
que aunque este, ya superada
por los mejores modelos
Yo la uso el año entero
y ella nunca dice nada.
Me lleva de campamento
de paseo y al trabajo
Si a la carrera yo rajo
Tambien me lleva tranquilo
y jamas ,se ha jodido
mas que un buje o una tuerca
sera que de puro terca
ella se morira conmigo.
Bueno amigos me despido
hasta otra ocasion
veran que soy remolon
pero buen amante al fin
Yo sigo mi berretin
Yo soy Hincha de la FORD
Willy Iacona · agosto 28, 2020 a las 12:31 pm
Buen dia, como me mandas semejante obra maestra por mensaje??? dejame publicarla. Tenes fotos de tu querida F100? mandame fotos y publicamos el poema con las fotos. saludos y gracias
Matias · agosto 27, 2020 a las 12:30 am
recien de grande vengo a tener una pick up 1979 f100 patina truck en vias de terminarla y meter las manos en una de los 1960’s preferentemente ford y con un 289 ….o porque no un ratrod
Willy Iacona · agosto 28, 2020 a las 12:28 pm
felicitaciones, nunca es tarde. manda fotos. abrazo
Mike · julio 31, 2020 a las 12:49 pm
Muy bueno Manuel! Coincido con el comentario de Lao.
Cuando yo tenía 12-13 años, en la estancia donde vivía tenían una F-100 ’67 y yo aprovechaba a manejarla cuando en algún lote se fumigaba, uno de los banderilleros al ir alejándose de la camioneta para ir marcándole al piloto la franja a cubrir, me hacía señas y yo le acercaba la F-100. Era como sentirse el Lole o Galbato con el Angostado!!
Lao Iacona · julio 30, 2020 a las 5:12 pm
Excelente todo. La historia, la prosa entre nostálgica pero agradecida. Y cuanto vale haberla recuperado, siendo parte de tanto, pero tanto…
Poema para Mi Chata: Ford F100. - Dandy Driver · agosto 30, 2020 a las 11:07 am
[…] días nos escribió Sergio, felicitándonos por la muy linda nota de nuestro amigo, Manuel: La Libertad es una F100. En su mensaje nos envió este poema, que vale la pena compartirlo con nuestros lectores. Muestra […]